Mi antes y mi después

Dicen que siempre hay un antes y un después. Un principio y un fin, una respuesta a todas las preguntas, un motivo por el cual decidiste cambiar. No ser la misma persona que fuiste ayer, ni mucho menos, la misma que lo será mañana.

Siempre creí que el culpable de mi insomnio, de mis malas caras, de la inmensa tristeza que me acompaña y que, de vez en cuando, me golpea fuertemente en la espalda, era él.
La persona con la que comparto, únicamente, sangre y apellidos, la persona que se casó con mi madre, y un frío día de invierno, después de la noche más buena del año, decidió que era momento para traer una niña no querida a este loco mundo.

Una no es consciente de eso hasta que cumple la mayoría de edad, o por lo menos, hasta que no es lo suficientemente madura emocionalmente como para afrontar la verdad, la dura y cruda realidad. Esa que te atraviesa el estómago, el alma y el corazón, y actúa como cuchillos cortándote más que la respiración.

Siempre he oído eso de “los amigos son la familia que uno escoge”, pues la familia te toca. Por suerte o por desgracia. Algunos tienen más puntería y nacen rodeados de flores y de luz, y otros como yo, crecen en una absoluta y profunda oscuridad de la cual es muy difícil salir, resurgir. Más tarde, viene la parte de volar, de crecer, de crear otra familia más allá de la sangre, y ahí, es cuando intervienes tú. Cuando decides quien entra y sale de tu vida, cuando tú, y solamente tú, tienes el poder de aferrarte a personas escudo, que te protegen y cuidan sin pedir nada a cambio, o personas cuchillo, que esperan a que te des la espalda para clavarte el puñal hasta lo más profundo del alma.

Y yo, yo elegí mal.

No me culpo, pues bastante sufrido está el asunto. Sin embargo, me arrepiento de haber dejado la puerta abierta a personas que ni siquiera se preocuparon en llamar. Lo bueno de todo esto es que nunca es tarde para darse cuenta, para abrir los ojos, para descubrir que hay gente en este mundo que te quiere ver caer, que te quiere ver sufrir, que no acepta, bajo ningún concepto, que un día quieras ser feliz.

Y no es que yo crea en la felicidad, pues para mí no significa nada, es un solo concepto que nos han querido vender desde arriba, no Dios, sino las grandes empresas. Para mí, la felicidad no existe, no es un estado de ánimo, simplemente se basa en momentos en los que no estás triste. Pues, ni el ser humano puede vivir feliz continuamente, ni triste eternamente.

Sin embargo, sí he notado que esa felicidad de la que hablo, cuando se ha dignado aparecer y ha decidido quedarse a vivir aquí, junto a mí, cerca de mi ombligo, esas personas cuchillo, han conseguido que se esfume por completo casi de un soplido.

Y, por ello, aunque tarde, h decidido que necesito irme, marcharme, lejos de ellos y cerca de mí, porque solo así, conseguiré, aunque sea por momentos, creer que merezco algo bueno y ser un poco menos triste y más feliz.

Dicen que siempre hay un antes y un después, y lo mejor de todo es que lo has podido reconocer.

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